A los ocho años me dio curiosidad verle la verga a un vecino de 12. Le agarré el paquete y traté de bajarle los pantalones. Me jaló hacia un rincón y me puso a acariciarle la verga. La jalaba, la sobaba, le daba besos. Él me hacía lo mismo. En una segunda sesión me puso a chupársela. Desde entonces mamar verga es lo que más me encanta.
Tenía dieciséis años y estaba en camino a CU. Como el andén en Hidalgo estaba a reventar, me terminé subiendo en el último vagón, que aún así venía atascado.
En el trayecto, dos chicos, universitarios, se pusieron atrás de mí y discretamente me empezaron a tocar las nalgas. En un principio, yo inocente, pensé que era sin querer, pero fueron subiendo la intensidad.
Yo estaba entre asustado y encantado. No supe cómo reaccionar, así que no lo hice.
Los chicos debieron tomarlo como permiso, porque empezaron a meterme mano por adentro del pantalón. Me lo bajaron un poco y uno empezó a sobar su verga entre mis nalgas por encima de los calzones.
Aunque temeroso de que alguien se diera cuenta, yo empecé a empujar hacia atrás para sentir mejor esa verga dura.
Cuando llegamos a CU me entró la culpa y salí rápidamente por la pena. Me asustó mucho que uno me siguió hasta afuera para pedirme mi teléfono. Por los nervios y el miedo le di otro, di excusas para no seguirlo y salí casi corriendo.
Me arrepiento mucho de no haberlo seguido.